Ruiz Ortega Manuel

Plaza Catalunya nº1.5º-2

Barcelona -España

T: 609-15-74-70

 

Avd. del Ejercito nº 3.

urb.el bosque.

Jerez de la Frontera

Cádiz-España

619-34-12-55

 

 

 

UN PINTAR APASIONADO

 

     "Se torea como se es", frase aparentemente de perogrullo atribuida a Juan Belmonte, es quizá una de las frases más agudas y certeras que sobre el arte en general se han llegado a expresar. Y todo es así porque también se escribe, se vive o se pinta como se es, siempre que lo que se haga, claro, esté dentro del terreno de lo verdadero.

  

   Manuel Ruiz Ortega, andaluz por pasión y sentimiento, catalán circunstancial y de profesión, pinta como es, o sea, como siente, y esta es su mayor y mejor verdad, que pinta como un enamorado, apasionadamente. ¿Y cómo es? ¿qué es lo que siente? 

     Para saberlo no hay nada como contemplar con detenimiento la exposición que sobre su obra última se expone estos días en la Galería Chys. Al mirar sus cuadros uno percibe, inmediatamente, que estamos ante un pintor de gesto rápido, instintivo, se diría que con cierta prisa por captar aquello que considera esencial y huidizo de la realidad. 

 

    Decía que sus obras hay que mirarlas con detenimiento, a sabiendas, porque también ellas, como todo lo que se hace con pasión, son, si no difíciles de ver, sí de aceptar en un primer momento. No es que se trate de pinturas formalmente complicadas, o arbitrariamente construidas siguiendo modelos vaporosos o ininteligibles. No, su "dificultad" estriba en otrá cosa. Su "problema" es precisamente de índole posicional. Ruiz Ortega no se conforma con analizar la realidad exterior desde fuera, con sentarse delante de ella como ajeno espectador y asistir impasible a unos cambios de luz y color, sino que, apasionada y amorosamente la atropella, se mete en ella, la escruta y secciona, la toca desde dentro para después devolvérnosla como teñida de su propia personalidad. 

     Ante la  tenue luz que reciben unos higos, ante la cegadora luminosidad de un paisaje pintado desde el mar, como ante unos simples jazmines, lo que Ruiz Ortega ansía, ante todo, es contar su emoción personal; quiere participar, redondear la visión, contemplar lo que sus ojos le proponen -que, aunque bello, sabe frío y lejano-, por lo que su corazón le impone, que sabe cálido y cercano. Es por esto que su pintura tiene mucho como de "estar al borde", de ser una pintura de instante casi fotográfico, y no por realismo vacío, o por algo que tenga que ver con la imagen gráfica, sino porque en sus cuadros también parece haberse detenido algo de lo efímero que tiene de la realidad. En esa entrega a lo amado, en ese casi violento atropello, sus pinturas siempre quedan como restos vivos, sangrantes aún, de una búsqueda y de una entrega apasionadas. 

     Así pues, las pinturas de Ruiz Ortega, tan claramente suyas, son fieles reflejos de su propio sentimiento. Entenderlas es un término que no les sirve, pues no han sido pintadas para eso. En todo caso mejor sería aceptarlas como nuestras, o sea, como cosa suya pero que tienen algo nuestro, algo de todos.



Antonio Parra. 
Murcia, 1994.

 

Exposición antológica en Sevilla, Cádiz y Huelva

Catálogos publicados
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     Como en todas las cosas de la vida en el arte existe una manera primitiva de acercarse al origen. Difícil es hoy por hoy desnaturalizarse de modas y rivetes que paradójicamente llamamos natural para, en un golpe, de instinto, tratar no de "ser" -imposible hazaña-, sino de "imitar" los primeros movimientos del "ser". A todo ello la "gestática" al uso le impondría su justo diagnóstico semántica. Yo lo llamaría talante gestual. 

 

    La capacidad de expresar por medio de la mueca imperceptible el capítulo clave de la historia que determina el entramado de su personificación es uno de los más bellos, sugerentes y peligrosos talantes que el hombre y, sobre todo, el artista busca incansablemente. Unos lo encuentran, lo asumen, lo encarnan. Otros en mayoría lo anhelan o, lo que es peor, creen llevarlo consigo. Ruiz Ortega es uno de los primeros. Y tengo una razón para decirlo: sus figuras, sus paisajes, sus toros son por encima de todo fuerza motriz de un conjunto raro y perdido que se nos escapa. María Zambrano nos habla de la palabra innombrable, del secreto íntimo del nombre y de nuestra complicidad en su propia morfología. En la obra de Ruiz Ortega -en esta exposición antológica de vida y percepción- se ordena un indescifrable secreto que presuntamente se esconde ante el lienzo y la memoria del pintor. Un secreto del que oímos e intuimos su color. Y aquí están las dos claves de esa conspiración con lo que se mueve más allá de sus formas como si se tratara de un espejo capaz de reflejar la naturaleza, que en su propio reflejo se divisa que no es naturaleza; es simplemente la apariencia mutable de las cosas. El rayo que parte del ojo crítico más que del sol o de la lámpara. Pero las claves son el color y el movimiento. Color más que andaluz. Color más que de tierra y cielo. Mar hacia abajo escarbando los fondos con la erosión. El color es el plano sin el cual nadie habría de moverse y Ruiz Ortega lo confirma. Y el movimiento, las tauromaquias, las espaldas, las cerámicas, las piernas generan a su vez las fuerzas del color, como fuente interminable de sonidos y, al final, de los gestos. 



     Sobre todo la introspección formal. Cómo se aprecia en sus cuadros más verdaderos la búsqueda del trazo necesario y nada más. Fuera retórica y el desnudo caminando hacia la desnudez: dialéctica ésta del arte donde nos pasamos todo el tiempo buscándonos y tras la busca otro silencio, mejor callar.

Así, Ruiz Ortega puede alcanzar la síntesis, nos envuelve y procura envolverse en esa sensación inteligente de afrontar lo perdido, mantenerlo en secreto. 



José Ramón Ripoll. 
Octubre de 1983.

Exposición "Páginas desnudas" Museo Bellas Artes Cádiz

óleo sobre papel
óleo sobre papel